viernes, 8 de julio de 2011

La reflexión cotidiana...el metro y el amor divino...



Me apropio del título de don Humberto Giannini para contar lo de anteayer… Ocurre que viviendo en una ciudad como Santiago de Chile, con el tipo de rutinas que impone el medio, y algunas otras autoimpuestas, pasan largas temporadas en que mi interacción con el entorno se reduce casi a cero (salvo la esfera familiar, por cierto, pero sabemos que en casa somos nosotros mismos, a diferencia de los roles sociales). El automóvil es una especie de extensión de la casa (o del cuerpo) en el que estamos a resguardo de los demás; el trabajo de oficina permite interactuar muy poco y pasar gran parte de la jornada frente al PC; en mi caso no veo televisión ni leo los diarios, por lo que he ido experimentando una lejanía cada vez mayor con mi entorno y sus preocupaciones. Quizá la única instancia para oír sus conversaciones sea el ascensor a la hora de almuerzo.


Señalo todo esto a propósito de que hace un par de días, y después de mucho tiempo, volví a viajar en nuestro maravilloso "transporte público". Usé la "tarjeta bip" (¿será una humorada por lo del correcaminos?), y me subí al metro. Un par de estaciones en la línea dos, luego trasbordo, y otro par en la línea uno. Eso bastó para tomar conciencia de mis niveles de enajenación respecto del día a día de mis conciudadanos (creo que aquí el término está empleado en su acepción primigenia). ¿Cómo describir la experiencia vivida?, una experiencia de manada, casi literalmente de ganado. El metro lleno a reventar, las conversaciones banales de siempre (el partido de Chile, la enfermedad de Daniela Campos, el frío)... Ingenuamente había pensado leer durante el viaje, pero la sola tarea de conservar la posesión de mi bolso implicó esfuerzos físicos considerables.


Lo increíble, dado mi desprecio por el "hombre medio" de nuestros días (sentimiento que no me enorgullece, pero que tampoco niego), es que adhiero a una cosmovisión según la cual existe un ser infinitamente superior que ama a esas criaturas. Yo me considero poco amable, pero a lo menos capaz der usar la sesera... amar a la gente del metro debe ser realmente algo "de otro mundo".



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