miércoles, 7 de diciembre de 2016

A propósito de Fernando Pessoa...



Leo en un prólogo a los cuentos de Fernando Pessoa la siguiente frase, que por cierto no dejó de evocarme algunos ambientes de Borges: “En 1915 aparece Orpheu, una revista que revolucionará la apacible vida literaria portuguesa, y que editará tres números, si bien el último de ellos no llegará a ver la luz”.
Luego se nos informa que la presencia de Pessoa en la revista será fundamental.
Mi primera sensación es de tomadura de pelo… la afirmación o no es cierta, o se trata de una grosera exageración de Manuel Moya (el traductor y prologuista de la bella edición de “Páginas de espuma”). En efecto, ¿qué tipo de ambiente literario puede prestarse para que tan sólo dos ejemplares de una revista logren “revolucionar” un país en ese ámbito?. Moya nos aclara que se trata de un ambiente “apacible”, seguramente un eufemismo para referirse a la virtual ausencia de literatura (intuyo que la aparición de una revista literaria en Linares o Futaleufú sería también un “acontecimiento”).
Al margen de esto, y saliéndome de Portugal, la frase me hizo pensar 1) en mi país (Santiago en realidad, no pensé más que en Santiago), y si habría espacio para alguna revista literaria que efectivamente logre sacudirnos un poco y ser leída más allá de los reducidos cenáculos académicos en que circulan hoy, y 2) en que ese podría ser el argumento para algún cuento o novela… El Santiago de 2017, en medio de su embobamiento post escándalos políticos, de pronto comienza a verse alterado por un grupo de escritores que, de manera anónima, irrumpen con textos rupturistas. Son leídos de manera cada vez más masiva por jóvenes, dueñas de casa, y “hasta” gerentes de banco, todos los cuales una vez que engullen los textos como posesos, exhiben síntomas preocupantes, una marcada tendencia al aislamiento y a replantearse su forma de vida citadina (porque –además- los supuestos escritores según corre el rumor urbano, viven en comunidad en la zona cordillerana, reclutan adeptos y montan obras de teatro en sótanos, galpones abandonados y otros lugares similares). Aparecen ejemplares de la revista en el metro, en ferias libres, sin que nunca se sepa de donde han salido. Las extrañas conductas de los lectores comienzan a despertar cierta preocupación en las autoridades, que hasta ese momento abogaban por la lectura como un bien sacrosanto. Sin embargo, todo se da a un nivel más bien anecdótico, hasta el día de la primera aparición pública…
Bueno, si algún literato local se motiva por estas temáticas, podrá contar por lo menos con un seguro comprador.
¿Y los cuentos de Pessoa?...
Quedarán para una próxima ocasión.

lunes, 14 de noviembre de 2016

El tiempo pasa...

Veo a mis hijas con unos amigos, todos de alrededor de diez años, haciendo un "picnic" en la plazoleta del pasaje, pequeño oasis bucólico en medio de la ciudad. Los escucho reír y conversar, mientras tomo un café en el jardín de la casa, y trato de avanzar en la lectura de "La mancha humana". Por un momento recuerdo (hasta donde eso es posible), mi vida a los diez años. Cursaba quinto básico (como mi hija mayor), y tenía también un grupo de amigos con los que salíamos a recorrer la ciudad. A veces caminando, a veces todos en bicicleta. Por esas veleidades de la memoria (que me perdone don Sigmund tamaña herejía, pues de seguro existe una explicación para cada recuerdo), de esa época me quedó especialmente grabada una ocasión en que fuimos a visitar a nuestra profesora, a su casa (estaba con licencia médica y no la habíamos visto durante algunas semanas). Se trataba de una mujer algo seria pero cariñosa en el fondo, lo que todos parecíamos notar. Llegamos sin previo aviso, unos ocho o diez muchachos, y ella tuvo la amabilidad de recibirnos y darnos bebida y galletas. No recuerdo más de aquella visita, hablamos con ella un rato, luego nos fuimos. Tengo la idea que se trató de un buen día.
Al recordar aquella época y oír las conversaciones de mis hijas, pienso en un hecho bastante simple pero no menos significativo: a partir de cierta edad, los seres humanos tenemos siempre la idea de que "la edad justa" o "normal", es precisamente la nuestra. No me refiero a conformidad con la misma. Probablemente muchas personas anhelarían tener una edad distinta a la que tienen, pero en su representación psíquica del mundo, son los demás los que están en una etapa "ajena".
Por ejemplo, yo debo ser para los niños del pasaje un señor algo viejo, que se sienta en su antejardín a leer y escribir. Alguien ajeno a su mundo, que muy probablemente no "está al día" con la música o los videojuegos de moda. La profesora a la que fuimos a visitar en aquella ocasión, debe haber tenido aproximadamente mi edad actual, y para mí era una persona que habitaba un mundo extraño, el de los adultos, seres más bien pasivos que se entretenían conversando, que no salían a la calle a jugar, no veían dibujos animados ni andaban en bicicleta... Algunas mujeres parecían divertirse regando su jardín, o simplemente tomando té con una amiga... Extraño mundo en realidad!
Regreso de esta divagación y presto atención a la escena del pasaje nuevamente. Miro a mis hijas con sus amigos, y por un momento me siento de su edad... es como si viera con extrañeza al señor aquel que puede pasar largas horas sentado en el jardín de su casa. Como siempre, estos "extrañamientos" duran apenas un par de segundos, luego el mundo se reordena y regreso a mi presente. Miro a los niños con ternura. Pienso que habitan un mundo colorido y maravilloso, que  más pronto que tarde desaparecerá, puesto que les falta tanto por crecer y avanzar.
Vuelvo entonces a Philip Roth, y a los vaivenes existenciales de Coleman Silk, el que seguramente -si pudiera verme- pensaría también: "es solo un muchacho... le falta tanto por vivir".

viernes, 4 de noviembre de 2016

Bolaño otra vez...

Luego de la prematura muerte de Roberto Bolaño, comenzaron a aparecer sucesivos libros que los albaceas iban "descubriendo" al revisar sus manuscritos (El tercer Reich, Los sinsabores del verdadero policía, El secreto del mal, La universidad desconocida). Esto me produjo la lógica sospecha de que el mercado editorial estaba intentando pasarnos gato por liebre, aprovechando la creciente celebridad póstuma de Bolaño para imprimir en elegantes ediciones de Anagrama hasta sus listas de compra. Siempre hay mercado para eso. Los fanáticos de algún escritor muerto (de la persona, no de la obra), son una demostración palmaria de la humana necesidad de buscar ídolos ante los cuales postrarse. Si la anterior afirmación le parece exagerada, le invito a visitar alguna de las casas de Neruda, donde los guías nos explican con arrobamiento cómo el poeta cepillaba sus dientes o hacía el nudo de la corbata.
                            
Para salir de dudas aproveché los recientes feriados y me apliqué a la lectura de "El espíritu de la ciencia ficción", la última entrega póstuma de Bolaño (hasta el momento, porque los albaceas siguen hurgando manuscritos), en una hermosa edición de Alfaguara.
A poco andar, olvidé mis desconfianzas con el mundillo editorial, y me hallé sumergido en el cautivante universo bolañesco. Ahí estaba esa tribu de escritores urbanos que tienen asumido su destino aunque no hayan publicado en su vida, y se limiten a leer sus poemas en pequeños cenáculos ubicados en los rincones más inverosímiles; ahí está la redención cultural de lugares y paisajes, como algún antiguo galpón ubicado en el pueblo de "Santa Bárbara", al sur de Chile, donde funciona una oculta facultad de la Universidad desconocida, llamada "Academia de la papa" o de la patata...
Sobre todo, encontré una vez más aquello que me deslumbró en "Los detectives salvajes", una extraña mezcla entre rupturismo cultural y sapiencia decimonónica, un ambiente cargado de locura y de inteligencia a la vez. Quizá una manifestación esperable de la propia naturaleza del autor, que a ratos podía parecer un hippie desencantado, pero que no lograba ocultar la mirada omnicomprensiva de un "pater familia" viejo y sabio.
A estas alturas no sé si "El espíritu de la ciencia ficción" es un buen libro, pero como diría un buen amigo: es Bolaño.

martes, 11 de octubre de 2016

Papeles olvidados...



Es increíble cómo el pasado a veces se nos viene encima (es sabido: un aroma, una melodía, nos transportan por un par de segundos a alguna época lejana de nuestras vidas, a un mundo ya extinto, y nos dejan luego esa extraña sensación de abrupto aterrizaje en nuestro momento actual).
Creo que comencé a leer enserio a los trece años, en casa de una compañerita de curso, cuando su madre me vio aburrido en un sillón y me prestó "Hijo de ladrón" de Manuel Rojas. De cierta manera ese día marcó un antes y un después en mi biografía, pero esa historia amerita contarse con tiempo, por lo importante, por el cariño que me produce. 
Luego de esta primera lectura comencé a comprar mis propios libros, y desde esa temprana edad -además de subrayarlos y anotar sus márgenes cuando la situación lo ameritaba- he tenido la costumbre de guardar en ellos papeles en los que escribo. Cualquier cosa: ideas sueltas, pequeñas historias urbanas, oraciones... De esa manera, antiguos libros van dando cuenta de un cierto itinerario. Tengo además la costumbre casi sagrada de anotar la fecha, hora y lugar en que escribo, por eso me causó extrañeza encontrar sólo la fecha en una pequeña nota contenida en la mitad de una hoja de cuaderno universitario que apareció en uno de mis libros antiguos... "62, modelo para armar", Editorial Bruguera. La nota es del día 22 de febrero de 1997, por lo que debe haber sido escrita en Concepción. Vivía en aquel tiempo (si la memoria no me traiciona), en un hermoso lugar, especie de bosque en altura rodeado por una laguna, que fue posteriormente adquirido por una universidad. Tenía 21 años de edad, con lo que probablemente podría no agregar nada..., tener esa edad es como un pasaporte para cualquier desvarío. Pero hablando con franqueza, leyéndome a la distancia creo que mis anhelos literarios tenían algún sustento, que luego fue quedando rezagado por el tráfago diario y por eso que suele llamarse "la vida", (que me perdonen mis amigos Julio Florencio y Bolaño Ávalos). Les comparto entonces lo que encontré en una vieja hoja de cuaderno, mientras ordenaba mi biblioteca este lunes 10 de octubre...


22 de Febrero de 1997
Un trocito de mi corazón
(Tarde tranquila).-


"Desde niño supe que había algo ahí afuera, o quizás dentro mío. Esto marcó mi destino. Me apartó de la mayoría, que creía entender el mundo tal cual aparece a los ojos, que encontraba simple todo aquello que para mí era un misterio. Por otra parte me produjo ese sentimiento de "fatalidad", como la entendían los griegos, esa sensación a ratos mágica de que alguien está detrás de todo esto que nos ocurre, moviendo los hilos de nuestras vidas, todo lo cual no anula el libre albedrío, pero implica el saberse observado desde alguna parte del universo. El saber esto me apartó también, en lo profundo, de muchos de aquellos que por razones intelectuales pudieron ser mis grandes amigos, pero que hasta con cierta molestia insistían en negar la existencia de aquello que yo sabía tan real.
A veces le he preguntado a Dios (antes, cuando aún le hablaba), porqué me dió este corazón de agua, o de oxígeno, no sé, pero este corazón incoloro, donde todos los colores caben, donde todo pareciera tener su lugar. Nada me parece ajeno, el lujo, la miseria, la frialdad, la compasión, el desierto, la selva. He sido viejo, he sido niño, rico, pobre, loco, cuerdo, cobarde, valiente. He pasado horas conversando con leprosos urbanos, en escondrijos pestilentes; he escuchado sus historias, y sus almas me han resultado tan parecidas a la mía. He pasado otras horas deshilvanando el misterio del mundo con los grandes de este tiempo, académicos, filósofos, y sus almas me han parecido tan cercanas. Nada me parece ajeno!. Solo huyo de aquellos mundos falsos, donde todo parece plastificado por la mentira, por el temor que tiene cada cual de mostrarse tal como es.
De niño tenía un jardín, lo había cultivado con mis manos. Lo cuidaba mucho. Pasé buena parte de mi infancia escondido entre las plantas de aquel rincón maravilloso, viendo trabajar a las hormigas, durmiendo a la sombra de las cucardas. Recuerdo que me gustaba sentir el agua corriendo entre las piedras, mojarme los pies descalzos, oír las conversaciones de los adultos a lo lejos, como en sordina. Era feliz! Todo lo que puede serlo un alma solitaria y curiosa. Desconocía por completo la relojería interna del mundo, las querellas entre los hombres, el ruido, la miseria, la avaricia".





lunes, 6 de junio de 2016

La muerte del padre...


No es fácil escribir sobre las novelas de Knausgard... Habría que comenzar diciendo que se trata de buena literatura, y por ese solo hecho merece ser leída... Sólo en un segundo plano cabría mencionar que, hasta donde se sabe, Karl Ove tomó la arriesgada decisión de escribir su vida tal y como la recuerda (lo que le valió en su momento demandas de algunos parientes y de su ex esposa para evitar que la novela se publicara)... Karl Ove es honesto, brutalmente honesto a ratos, como cuando describe sus excesos en corregir a su hija de cuatro años, o los sentimientos de lástima que ha experimentado hacia ciertas mujeres. Con todo, se trata de literatura de verdad, y que nos entrega de paso el testimonio de un hombre al que muchas prácticas sociales asentadas le parecen sencillamente estúpidas; que rehúye el gregarismo y el humor liviano parece ser algo que ni siquiera entra en su órbita de intereses. Contiene este primer tomo interesantes reflexiones sobre la escritura, el amor, el erotismo, la muerte, los lazos familiares, y muchas más que ahora se me escapan. Simplemente muy recomendable...

"¿A quién le importa la política cuando hay llamas ardiendo en su interior? ¿A quién le importa la política cuando uno arde de ganas de vivir? ¿De ganas de todo lo que está vivo? A mí por lo menos no". (P.183)

Siempre he sentido una gran necesidad de estar solo, necesito amplias superficies de soledad, y cuando no logro tenerlas, como ha sido el caso de los últimos cinco años, la frustración llega a veces a ser desesperada o agresiva. Y cuando lo que me ha mantenido en marcha durante toda mi vida de adulto, es decir, la ambición de llegar a escribir algo grande un día, resulta amenazado de esa manera, mi único pensamiento, que me roe como una rata, es que tengo que huir. La sensación de que el tiempo se me escapa de entre los dedos mientras hago... qué? Friego suelos, lavo ropa, preparo comidas, friego cacharros, hago la compra, juego con los niños en el patio, los meto en casa y los desnudo, los baño, tiendo ropa, doblo prendas y las meto en el armario, ordeno, friego mesas, sillas, armarios. Es una lucha, y aunque no sea heroica, la libro contra una fuerza superior, porque por mucho que trabaje en casa, las habitaciones está llenas de desorden y suciedad, y los niños, que están siendo cuidados cada minuto de su tiempo despierto, son más rebeldes que ningún otro niño que yo haya visto, en ocasiones esto es una casa de locos, tal vez porque nunca conseguimos el equilibrio necesario entre distancia y cercanía, lo que es tanto más importante cuanto mayor es la personalidad implicada”. (P.42)

"...Hasta que alcancé su misma edad, no comprendí que también había que pagar un precio por eso. Cuando la visión de conjunto del mundo se amplía, no sólo disminuye el dolor que causa, sino también el sentido. Entender el mundo equivale a colocarse a cierta distancia de él. Lo que es demasiado pequeño para verlo a simple vista, como las moléculas, lo ampliamos; lo que es demasiado grande, como el sistema de las nubes, los deltas de los ríos, las constelaciones, lo reducimos. Cuando lo tenemos al alcance de nuestros sentidos, lo fijamos. A lo fijado lo llamamos conocimiento. Durante toda nuestra infancia y juventud nos esforzamos por establecer la distancia correcta de cosas y fenómenos. Leemos, aprendemos, experimentamos, corregimos. Y un día llegamos a un mundo en el que se han fijado todas las distancias necesarias, y establecido todos los sistemas. Es entonces cuando el tiempo empieza a correr más deprisa. El tiempo ya no se encuentra con obstáculos, todo está fijado, el tiempo fluye a través de nuestras vidas, los días desaparecen a toda velocidad, antes de suspirar hemos llegado a los cuarenta años, a los cincuenta, a los sesenta... El sentido requiere plenitud, la plenitud requiere tiempo, el tiempo requiere resistencia. El conocimiento es igual a distancia, el conocimiento es estancamiento y enemigo del sentido. La imagen que tengo de mi padre de aquella tarde de 1976 es, en otras palabras, doble: por un lado lo veo como lo veía entonces, con los ojos del chaval de ocho años, imprescindible y aterrador, por otra parte lo veo como a alguien de mi misma edad, a través de cuya vida sopla el tiempo, llevándose consigo pedazos de sentido cada vez más grandes". (p.18)
La muerte del padre. Karl Ove Knausgard. Edit. Anagrama. Septiembre 2012.-