miércoles, 23 de agosto de 2017

De qué hablo cuando hablo de escribir...

Murakami lo hizo nuevamente. Leyéndolo pareciera una tarea sumamente sencilla hacer una hora de deporte diario durante 30 años de vida adulta, o sentarse a la mesa de la cocina durante las noches y escribir novelas de 700 páginas. Haruki tiene una sencillez, incluso a ratos un aparente candor para compartir sus temas, que produce al leerlo la sensación de encontrarnos ante "una persona completamente corriente, como las miles y miles que existen en cualquier lugar del mundo" (sus palabras textuales). No obstante, quien se adentre en sus obras notará que hay algo más que sólo disciplina y ganas de escribir.
Se trata de un libro muy personal, en que cuenta cómo se embarcó en este camino casi por azar, y luego de una experiencia epifánica una tarde de abril de 1978 mientras observaba un partido de béisbol de su equipo favorito. Si hemos de creer el relato, fue el momento de unos débiles aplausos tras un lanzamiento, mientras él disfrutaba una cerveza recostado en el pasto, cuando sin motivo aparente se convirtió en escritor... "El cielo estaba despejado, la cerveza fría, y la pelota blanca destacaba contra el fondo verde del césped del terreno de juego...El golpe de la pelota contra el bate resonó por todo el estadio y levantó unos cuantos aplausos dispersos a mi alrededor. En ese preciso instante, sin fundamento y sin coherencia alguna con lo que ocurría a mi alrededor, me vino a la cabeza un pensamiento: "Eso es. Quizás yo también pueda escribir una novela". Aún recuerdo la sensación. Fue como agarrar con fuerza algo que caía del cielo despacio, dando vueltas. Desconozco la razón de por qué cayó aquello entre mis manos. No lo entendí en aquel momento y sigo sin entenderlo ahora. Fuese cual fuese la razón, simplemente sucedió". 
Parece testimonio de ufólogos, pero el hecho es que según nos cuenta, luego del partido de béisbol fue a una librería en el centro de la ciudad a comprar un cuaderno y una pluma, y aquella misma noche empezó a escribir su primera novela sentado a la mesa de la cocina.
El libro es además, como resulta fácil suponer, una especie de autobiografía, en que Haruki entrega algunos detalles sabrosos sobre su difícil relación inicial con la crítica de su país y los motivos literarios y personales que lo llevaron a emigrar a Estados Unidos. Interesante como pocos, aunque seguramente no será de sus títulos más leídos.
Acerca de las protestas que le tocó presenciar mientras estudiaba en la Universidad de Waseda durante los años setenta, nos dice:
"En la esencia misma de aquel movimiento me pareció ver algo equivocado, incorrecto, un giro viciado que les había hecho perder su sana imaginación. Al final, después del temporal de violencia, lo que quedó en nuestro corazón fue una gran desilusión, un sabor de boca horrible. Por muchos eslóganes ingeniosos que se inventaran, a pesar de los hermosos mensajes que flotaban en el ambiente, sin un espíritu ni una moral capaces de sostener lo que era realmente correcto y bello, todo se convertía en una sucesión de palabras hueras. La experiencia me lo enseñó y aún estoy convencido de ello. Las palabras tienen poder y ese poder hay que saber usarlo de una forma correcta. Como mínimo deben ser justas e imparciales. No pueden caminar solas... Todo aquello me impulsó a adentrarme una vez más en territorios más individuales y allí me instalé. Me refiero al territorio de los libros, de la música y el cine". (Pág.41).

"Cuando arañaba un poco de tiempo libre, me ponía a leer algún libro. Por muy ocupado que estuviera, por muy apretada que resultara mi vida, leer suponía la misma alegría que escuchar música. Nadie pudo robarme nunca aquel placer". (P. 44). 

"El idioma es fuerte por naturaleza. Tiene un carácter resistente acreditado por una larga historia. Por mucho que alguien lo violente, nunca perderá su identidad. Probar distintas posibilidades y forzar sus límites es un derecho inherente a todos los escritores. Sin ese espíritu aventurero nunca aparecerá nada nuevo". (P. 52). 

A propósito de la originalidad en el arte, escribe:
"La mayoría de la gente rechaza por puro instinto lo que no comprende, en especial aquellos que integran el establishment, quienes más adaptados están a formas de expresión ya existentes o quienes pertenecen a las élites afianzadas en esas formas. Para todos ellos, lo original puede convertirse en un motivo de repulsión, de rechazo. En el peor de los casos amenaza con agitar el suelo bajo sus pies". (P. 92).   

"Creo firmemente que lo conseguido a base de perseverancia se demuestra con el tiempo. El mundo está repleto de cosas que solo se pueden demostrar con el paso del tiempo. De no atesorar semejante convicción, tal vez me hundiría, por muy audaz o descarado que pueda ser. Pero si uno tiene claro que ha hecho cuanto debía, no hay nada que temer. Lo demás es mejor dejarlo en manos del tiempo. Manejar el tiempo con respeto y cortesía equivale, en cierta manera, a convertirlo en un aliado. Es lo mismo que sucede con las mujeres". (P. 156).

"La confusión habita en el corazón de todos. También en el mío, por supuesto. La confusión no se puede sacar a la luz. No es algo de lo que alardear. Si uno quiere enfrentarse a ella, no tiene más remedio que descender en silencio hasta las profundidades de su conciencia. Aquello a lo que debemos enfrentarnos, lo que merece la pena de verdad, solo existe ahí, oculto bajo nuestros pies.
Verbalizar esos procesos íntimos y hacerlo de una manera fiel y honrada exige concentración, silencio, una persistencia inagotable y una conciencia sistematizada, al menos hasta cierto punto". (P. 180). 


Sobre los libros y la vida:
"Apenas tenía tiempo para pensar en otra cosa que no fueran los libros, pero estoy convencido de que para mí fue algo bueno. Si me hubiera puesto a mirar a mi alrededor, a pensar en serio en las contradicciones, en las mentiras o en toda la falsedad que me rodeaba, de haberme enfrentado a lo que no me convencía, quizás habría terminado acorralado en un callejón sin salida en una situación muy comprometida". (P. 207).


"De no haber leído tantos libros estoy seguro de que mi vida habría sido más gris, deprimente incluso, apática. Leer fue mi gran escuela, ese lugar construido especialmente por y para mí, donde aprendí muchas cosas importantes de la vida. En ese lugar no existían reglas absurdas ni juicios de valor en función de números o estadísticas. Tampoco había competitividad, no había nadie interesado en alcanzar el primer puesto de ningún ranking... Era yo quien creaba mis propias instituciones desde dentro de una gran institución. (P. 208).
De qué hablo cuando hablo de escribir. Haruki Murakami. Tusquets. Abril de 2017.

sábado, 20 de mayo de 2017

Cáscara de nuez...

En un reciente viaje a la Patagonia leí "Cáscara de nuez", la última novela de McEwan. Se trata sin duda de la obra de un escritor maduro, que maneja la técnica narrativa con un dominio y maestría adquiridos tras largos años de oficio. Por algún motivo (que nada tiene que ver con la trama), me recordó "Ensayo sobre la ceguera". La similitud tiene que ver con el proceso creativo... comenzar el relato con un hecho imposible, contrario al sentido común, y luego seguir como si nada, aplicando una lógica y causalidad impecables.
En el caso de Saramago asistimos a una pandemia de ceguera; McEwan, por su parte, nos presenta como narrador a un feto lúcido e inteligente que desde su condición va descubriendo el funcionamiento del mundo y divaga sobre el futuro que le espera.
Ya en ese escenario insólito, McEwan quiso que la madre del narrador junto a su amante (hermano de su marido), se encargaran de asesinar a éste. Así, nuestro pequeño narrador antes de ver la luz es una especie de cómplice pasivo del asesinato por envenenamiento que su madre y su tío perpetran contra su padre. El final es magistral y triste. El narrador no puede evitar amar a su madre a pesar de sus fechorías, exhibiendo de manera entrañable una precoz admiración edípica.  En los últimos párrafos, luego de haber nacido en difíciles circunstancias, lo vemos feliz de tener la opción de vivir junto a ella, aunque sea por un tiempo, y sabiendo que le espera un futuro aciago.
McEwan exhibe una técnica impecable, e introduce algunas reflexiones inolvidables  acerca de la maravilla de vivir.
Definiría la novela como una pieza exótica y a  ratos conmovedora de un escritor consagrado. Memorable!

"Lo que más temo, no son los parques temáticos del Paraíso y del Infierno -las atracciones celestiales, las muchedumbres infernales-, y podría sobrellevar el insulto del olvido eterno. Ni siquiera me importa no saber a cuál de los dos iré. Lo que temo es perdérmelos. Deseo saludable o pura glotonería, en primer lugar quiero mi vida, mi nacimiento, mi cuota infinitesimal del tiempo infinito y la posibilidad fiable de una conciencia. Se me debe un puñado de decenios para probar suerte en un planeta que gira libremente. Esa es la atracción de mi feria: la pared de la vida. Quiero mi oportunidad. Quiero llegar a ser. Dicho de otro modo, hay un libro que quiero leer y que todavía no se ha escrito, aunque ya está empezando. Quiero leer hasta el final mi historia del siglo XXI. Quiero estar ahí, en la última página, cuando sea octogenario, endeble pero vivaracho. Bailando giga la noche del 31 de diciembre de 2099". (Pág. 144)
 
"Sin duda la complejidad me llegaría en su momento. Hasta entonces mi plan consistía en presentarme como un inglés nacido libre, una criatura de la pos-ilustración inglesa-y-también-escosesa-y-francesa. Mi identidad la esculpirían el placer, el conflicto, la experiencia, las ideas y mi propio raciocinio, del mismo modo que la lluvia, el viento y el tiempo configuran las rocas y los árboles". (Pág.162).

"Estoy listo, voy, el mundo me acogerá, me cuidará porque no puede oponerme resistencia. Vino de la copa y no a través de la placenta, libros directamente a la luz de una lámpara, música de Bach, paseos por la orilla del mar, besos a la luz de la luna. Todo lo que he aprendido hasta ahora me dice que estos deleites no son caros, son asequibles, me aguardan". (Pág.179).

Cáscara de nuez. Ian McEwan. Editorial Anagrama. 2016.

jueves, 19 de enero de 2017

El abuelo que saltó por la ventana y se largó...

Terminé anoche, todavía con una sonrisa y cierta nostalgia, las aventuras del viejo Allan Karlsson... Disfrutar de este libro me hizo preguntarme para qué leemos, o cuál sería el objetivo de la literatura. En parte porque la historia que nos entrega Jonas Jonasson requiere que renunciemos de entrada a la pretensión de verosimilitud del relato, cuestión que a ciertos lectores no les hace ruido alguno, pero que a otros nos genera un problema mayúsculo. (Desconozco las razones, pero cada vez que en un libro se violan las leyes de la física, y algún personaje comienza a levitar o hay simios que hablan, desaparece automáticamente mi interés en continuar la lectura. De ahí mi divorcio con grandes escritores como Poe o García Márquez).
En cualquier caso, lo inverosímil del relato de Jonasson va por otro lado. Ninguna de las aventuras del protagonista es fantástica en sí, y tal vez un niño podría creer que una vida como la de Karlsson es posible (se me ocurre en este momento, solo en este punto, comparar la novela con la película "La vida es bella", en que un hombre no solo logra sobrevivir a un campo de concentración nazi junto a su pequeño hijo, sino que una afortunada mezcla de circunstancias y casualidades permiten que el niño durante toda su estadía no sufra daño alguno, y crea estar en una feliz temporada de trabajo junto a su padre). La imposibilidad del relato es de tipo estadística, por una parte (la cantidad de veces que Karlsson logra "milagrosamente" salir con vida, por ejemplo), y de tipo "cultural", en el sentido que el comportamiento de científicos, jefes de estado, diplomáticos, etc, no es el real.
Todo esto podría resumirse diciendo que es una novela esencialmente humorística, plagada de situaciones hilarantes, precisamente por su inverosimilitud en muchos casos.

Pero hay algo más, y es en mi opinión lo que rescata al libro, y hace que valga la pena leerlo (a pesar de ser un éxito de ventas, razón suficiente para desconfiar de cualquier producto cultural)... Transmite la historia una sensación de bienestar, de felicidad, y de cariño por la especie humana, hasta de cierta indulgencia podríamos decir. Sintomática es a este respecto la cita bíblica que Benny Ljungberg, -ex dueño de un puesto de salchichas y actual sospechoso de un crimen junto al abuelo Karlsson- recomienda leer al comisario Aronsson (luego terminarán siendo parte de un mismo grupo de amigos, de vacaciones en un hotel en Bali). "Lea Juan 8:7", le dice Benny al comisario al despedirse. Luego éste pasará "un par de horas leyendo el libro sagrado en el bar del hotel y en compañía de un gin-tonic, y otro gin-tonic y otro gin-tonic". Conoce así la historia de la mujer adúltera a punto de ser apedreada por los guardianes del orden de su época, y las célebres palabras de Jesús: "Quien de vosotros esté sin pecado, que tire la primera piedra". Esto llevará al comisario a pensar en los pasajes oscuros de su propia biografía.

Mención aparte requiere el protagonista de la historia, que genera cariño desde el principio por su audacia y falta de prejuicios, y en especial por su fantástico sentido común y las ganas de vivir incansables con las que se enfrenta a la vida, soportando estoicamente el encierro en una cárcel en Siberia, y disfrutando con tranquilidad años de vacaciones en una playa en Indonesia. Karlsson parece decirnos con su historia: tómese la vida con calma, y no se preocupe más de la cuenta...
Volviendo a la pregunta inicial, creo que vale la pena la novela de Jonasson casi a modo de terapia. No se trata de gran literatura, pero cumple otra función valiosa: nos devuelve la alegría de la lectura, y con ciertos detalles nos recuerda la importancia de disfrutar del ocio y los pequeños placeres de la vida. Por esos logros, resulta muy recomendable.