jueves, 19 de enero de 2017

El abuelo que saltó por la ventana y se largó...

Terminé anoche, todavía con una sonrisa y cierta nostalgia, las aventuras del viejo Allan Karlsson... Disfrutar de este libro me hizo preguntarme para qué leemos, o cuál sería el objetivo de la literatura. En parte porque la historia que nos entrega Jonas Jonasson requiere que renunciemos de entrada a la pretensión de verosimilitud del relato, cuestión que a ciertos lectores no les hace ruido alguno, pero que a otros nos genera un problema mayúsculo. (Desconozco las razones, pero cada vez que en un libro se violan las leyes de la física, y algún personaje comienza a levitar o hay simios que hablan, desaparece automáticamente mi interés en continuar la lectura. De ahí mi divorcio con grandes escritores como Poe o García Márquez).
En cualquier caso, lo inverosímil del relato de Jonasson va por otro lado. Ninguna de las aventuras del protagonista es fantástica en sí, y tal vez un niño podría creer que una vida como la de Karlsson es posible (se me ocurre en este momento, solo en este punto, comparar la novela con la película "La vida es bella", en que un hombre no solo logra sobrevivir a un campo de concentración nazi junto a su pequeño hijo, sino que una afortunada mezcla de circunstancias y casualidades permiten que el niño durante toda su estadía no sufra daño alguno, y crea estar en una feliz temporada de trabajo junto a su padre). La imposibilidad del relato es de tipo estadística, por una parte (la cantidad de veces que Karlsson logra "milagrosamente" salir con vida, por ejemplo), y de tipo "cultural", en el sentido que el comportamiento de científicos, jefes de estado, diplomáticos, etc, no es el real.
Todo esto podría resumirse diciendo que es una novela esencialmente humorística, plagada de situaciones hilarantes, precisamente por su inverosimilitud en muchos casos.

Pero hay algo más, y es en mi opinión lo que rescata al libro, y hace que valga la pena leerlo (a pesar de ser un éxito de ventas, razón suficiente para desconfiar de cualquier producto cultural)... Transmite la historia una sensación de bienestar, de felicidad, y de cariño por la especie humana, hasta de cierta indulgencia podríamos decir. Sintomática es a este respecto la cita bíblica que Benny Ljungberg, -ex dueño de un puesto de salchichas y actual sospechoso de un crimen junto al abuelo Karlsson- recomienda leer al comisario Aronsson (luego terminarán siendo parte de un mismo grupo de amigos, de vacaciones en un hotel en Bali). "Lea Juan 8:7", le dice Benny al comisario al despedirse. Luego éste pasará "un par de horas leyendo el libro sagrado en el bar del hotel y en compañía de un gin-tonic, y otro gin-tonic y otro gin-tonic". Conoce así la historia de la mujer adúltera a punto de ser apedreada por los guardianes del orden de su época, y las célebres palabras de Jesús: "Quien de vosotros esté sin pecado, que tire la primera piedra". Esto llevará al comisario a pensar en los pasajes oscuros de su propia biografía.

Mención aparte requiere el protagonista de la historia, que genera cariño desde el principio por su audacia y falta de prejuicios, y en especial por su fantástico sentido común y las ganas de vivir incansables con las que se enfrenta a la vida, soportando estoicamente el encierro en una cárcel en Siberia, y disfrutando con tranquilidad años de vacaciones en una playa en Indonesia. Karlsson parece decirnos con su historia: tómese la vida con calma, y no se preocupe más de la cuenta...
Volviendo a la pregunta inicial, creo que vale la pena la novela de Jonasson casi a modo de terapia. No se trata de gran literatura, pero cumple otra función valiosa: nos devuelve la alegría de la lectura, y con ciertos detalles nos recuerda la importancia de disfrutar del ocio y los pequeños placeres de la vida. Por esos logros, resulta muy recomendable.