martes, 11 de octubre de 2016

Papeles olvidados...



Es increíble cómo el pasado a veces se nos viene encima (es sabido: un aroma, una melodía, nos transportan por un par de segundos a alguna época lejana de nuestras vidas, a un mundo ya extinto, y nos dejan luego esa extraña sensación de abrupto aterrizaje en nuestro momento actual).
Creo que comencé a leer enserio a los trece años, en casa de una compañerita de curso, cuando su madre me vio aburrido en un sillón y me prestó "Hijo de ladrón" de Manuel Rojas. De cierta manera ese día marcó un antes y un después en mi biografía, pero esa historia amerita contarse con tiempo, por lo importante, por el cariño que me produce. 
Luego de esta primera lectura comencé a comprar mis propios libros, y desde esa temprana edad -además de subrayarlos y anotar sus márgenes cuando la situación lo ameritaba- he tenido la costumbre de guardar en ellos papeles en los que escribo. Cualquier cosa: ideas sueltas, pequeñas historias urbanas, oraciones... De esa manera, antiguos libros van dando cuenta de un cierto itinerario. Tengo además la costumbre casi sagrada de anotar la fecha, hora y lugar en que escribo, por eso me causó extrañeza encontrar sólo la fecha en una pequeña nota contenida en la mitad de una hoja de cuaderno universitario que apareció en uno de mis libros antiguos... "62, modelo para armar", Editorial Bruguera. La nota es del día 22 de febrero de 1997, por lo que debe haber sido escrita en Concepción. Vivía en aquel tiempo (si la memoria no me traiciona), en un hermoso lugar, especie de bosque en altura rodeado por una laguna, que fue posteriormente adquirido por una universidad. Tenía 21 años de edad, con lo que probablemente podría no agregar nada..., tener esa edad es como un pasaporte para cualquier desvarío. Pero hablando con franqueza, leyéndome a la distancia creo que mis anhelos literarios tenían algún sustento, que luego fue quedando rezagado por el tráfago diario y por eso que suele llamarse "la vida", (que me perdonen mis amigos Julio Florencio y Bolaño Ávalos). Les comparto entonces lo que encontré en una vieja hoja de cuaderno, mientras ordenaba mi biblioteca este lunes 10 de octubre...


22 de Febrero de 1997
Un trocito de mi corazón
(Tarde tranquila).-


"Desde niño supe que había algo ahí afuera, o quizás dentro mío. Esto marcó mi destino. Me apartó de la mayoría, que creía entender el mundo tal cual aparece a los ojos, que encontraba simple todo aquello que para mí era un misterio. Por otra parte me produjo ese sentimiento de "fatalidad", como la entendían los griegos, esa sensación a ratos mágica de que alguien está detrás de todo esto que nos ocurre, moviendo los hilos de nuestras vidas, todo lo cual no anula el libre albedrío, pero implica el saberse observado desde alguna parte del universo. El saber esto me apartó también, en lo profundo, de muchos de aquellos que por razones intelectuales pudieron ser mis grandes amigos, pero que hasta con cierta molestia insistían en negar la existencia de aquello que yo sabía tan real.
A veces le he preguntado a Dios (antes, cuando aún le hablaba), porqué me dió este corazón de agua, o de oxígeno, no sé, pero este corazón incoloro, donde todos los colores caben, donde todo pareciera tener su lugar. Nada me parece ajeno, el lujo, la miseria, la frialdad, la compasión, el desierto, la selva. He sido viejo, he sido niño, rico, pobre, loco, cuerdo, cobarde, valiente. He pasado horas conversando con leprosos urbanos, en escondrijos pestilentes; he escuchado sus historias, y sus almas me han resultado tan parecidas a la mía. He pasado otras horas deshilvanando el misterio del mundo con los grandes de este tiempo, académicos, filósofos, y sus almas me han parecido tan cercanas. Nada me parece ajeno!. Solo huyo de aquellos mundos falsos, donde todo parece plastificado por la mentira, por el temor que tiene cada cual de mostrarse tal como es.
De niño tenía un jardín, lo había cultivado con mis manos. Lo cuidaba mucho. Pasé buena parte de mi infancia escondido entre las plantas de aquel rincón maravilloso, viendo trabajar a las hormigas, durmiendo a la sombra de las cucardas. Recuerdo que me gustaba sentir el agua corriendo entre las piedras, mojarme los pies descalzos, oír las conversaciones de los adultos a lo lejos, como en sordina. Era feliz! Todo lo que puede serlo un alma solitaria y curiosa. Desconocía por completo la relojería interna del mundo, las querellas entre los hombres, el ruido, la miseria, la avaricia".