lunes, 6 de junio de 2016

La muerte del padre...


No es fácil escribir sobre las novelas de Knausgard... Habría que comenzar diciendo que se trata de buena literatura, y por ese solo hecho merece ser leída... Sólo en un segundo plano cabría mencionar que, hasta donde se sabe, Karl Ove tomó la arriesgada decisión de escribir su vida tal y como la recuerda (lo que le valió en su momento demandas de algunos parientes y de su ex esposa para evitar que la novela se publicara)... Karl Ove es honesto, brutalmente honesto a ratos, como cuando describe sus excesos en corregir a su hija de cuatro años, o los sentimientos de lástima que ha experimentado hacia ciertas mujeres. Con todo, se trata de literatura de verdad, y que nos entrega de paso el testimonio de un hombre al que muchas prácticas sociales asentadas le parecen sencillamente estúpidas; que rehúye el gregarismo y el humor liviano parece ser algo que ni siquiera entra en su órbita de intereses. Contiene este primer tomo interesantes reflexiones sobre la escritura, el amor, el erotismo, la muerte, los lazos familiares, y muchas más que ahora se me escapan. Simplemente muy recomendable...

"¿A quién le importa la política cuando hay llamas ardiendo en su interior? ¿A quién le importa la política cuando uno arde de ganas de vivir? ¿De ganas de todo lo que está vivo? A mí por lo menos no". (P.183)

Siempre he sentido una gran necesidad de estar solo, necesito amplias superficies de soledad, y cuando no logro tenerlas, como ha sido el caso de los últimos cinco años, la frustración llega a veces a ser desesperada o agresiva. Y cuando lo que me ha mantenido en marcha durante toda mi vida de adulto, es decir, la ambición de llegar a escribir algo grande un día, resulta amenazado de esa manera, mi único pensamiento, que me roe como una rata, es que tengo que huir. La sensación de que el tiempo se me escapa de entre los dedos mientras hago... qué? Friego suelos, lavo ropa, preparo comidas, friego cacharros, hago la compra, juego con los niños en el patio, los meto en casa y los desnudo, los baño, tiendo ropa, doblo prendas y las meto en el armario, ordeno, friego mesas, sillas, armarios. Es una lucha, y aunque no sea heroica, la libro contra una fuerza superior, porque por mucho que trabaje en casa, las habitaciones está llenas de desorden y suciedad, y los niños, que están siendo cuidados cada minuto de su tiempo despierto, son más rebeldes que ningún otro niño que yo haya visto, en ocasiones esto es una casa de locos, tal vez porque nunca conseguimos el equilibrio necesario entre distancia y cercanía, lo que es tanto más importante cuanto mayor es la personalidad implicada”. (P.42)

"...Hasta que alcancé su misma edad, no comprendí que también había que pagar un precio por eso. Cuando la visión de conjunto del mundo se amplía, no sólo disminuye el dolor que causa, sino también el sentido. Entender el mundo equivale a colocarse a cierta distancia de él. Lo que es demasiado pequeño para verlo a simple vista, como las moléculas, lo ampliamos; lo que es demasiado grande, como el sistema de las nubes, los deltas de los ríos, las constelaciones, lo reducimos. Cuando lo tenemos al alcance de nuestros sentidos, lo fijamos. A lo fijado lo llamamos conocimiento. Durante toda nuestra infancia y juventud nos esforzamos por establecer la distancia correcta de cosas y fenómenos. Leemos, aprendemos, experimentamos, corregimos. Y un día llegamos a un mundo en el que se han fijado todas las distancias necesarias, y establecido todos los sistemas. Es entonces cuando el tiempo empieza a correr más deprisa. El tiempo ya no se encuentra con obstáculos, todo está fijado, el tiempo fluye a través de nuestras vidas, los días desaparecen a toda velocidad, antes de suspirar hemos llegado a los cuarenta años, a los cincuenta, a los sesenta... El sentido requiere plenitud, la plenitud requiere tiempo, el tiempo requiere resistencia. El conocimiento es igual a distancia, el conocimiento es estancamiento y enemigo del sentido. La imagen que tengo de mi padre de aquella tarde de 1976 es, en otras palabras, doble: por un lado lo veo como lo veía entonces, con los ojos del chaval de ocho años, imprescindible y aterrador, por otra parte lo veo como a alguien de mi misma edad, a través de cuya vida sopla el tiempo, llevándose consigo pedazos de sentido cada vez más grandes". (p.18)
La muerte del padre. Karl Ove Knausgard. Edit. Anagrama. Septiembre 2012.-